Comisiones Obreras del País Valenciano | 18 abril 2024.

La AMIMO reconoce a Julián López con un premio Gonzalo Montiel

    En esta edición los premiados por la Asociación Memoria Industrial y Movimiento Obrero han sido el veterano dirigente sindical de CCOO, Julián López, y el colectivo de mujeres que se movilizó en contra de la reconversión de Altos Hornos del Mediterráneo, una larga lucha popular y sindical que marcó la historia de Puerto de Sagunto y de la que pronto se cumplirán cuarenta años.

    27/02/2023.
    Homenaje a Julián López, veterano sindicalista de la UI CCOO Camp de Morvedre

    Homenaje a Julián López, veterano sindicalista de la UI CCOO Camp de Morvedre

    El Casal Jove de Puerto de Sagunto acogió la entrega de los Premios Gonzalo Montiel que organiza AMIMO como reconocimiento a personas que han destacado por la defensa del patrimonio industrial saguntino y la lucha del movimiento obrero. 

    Intervención del periodista José Manuel Rambla en la entrega de premios

    Julián López, fundador en la clandestinidad de CCOO y militante del PCE, fue miembro de los jurados y comités de empresa de Altos Hornos del Mediterráneo, concejal y teniente de alcalde en el primer ayuntamiento democrático de Sagunto tras la dictadura y secretario comarcal y miembro de la Ejecutiva del País Valenciano y del Consejo Estatal de la Federación de Jubilados y Pensionistas de CCOO. Así mismo, es uno de los impulsores del recurso presentado por CCOO PV ante el Tribunal de Estrasburgo por las torturas sufridas de la policía franquista durante su detención y encarcelamiento en 1968.

    Los premios AMIMO evocan el recuerdo de nuestro querido amigo y compañero Gonzalo Montiel y realizar un ejercicio de memoria obrera que se encarna en las personas y colectivos hoy premiados. Un ejercicio de memoria que no pretende ser un deleite nostálgico, sino una toma de consciencia que nos permita tener presente de dónde venimos para saber hacia dónde queremos marchar y qué caminos tendremos que andar, al menos, para intentarlo.

    Estos días, la premio Nobel del Literatura, Annie Ernaux, al calor de las actuales movilizaciones contra la reforma de la pensiones en Francia, recurría también a la memoria de esas clases trabajadoras, tan “despreciadas”, a su juicio, por el sistema, pero que ella, sin embargo, consideraba su “raza”. Lo hacía evocando las grandes huelgas y protestas de 1995 contra el primer intento de reforma, a su juicio “la última movilización sindical victoriosa”. Al menos parcialmente, ya que, en su opinión, aunque aquella lucha sirvió para frenar la reforma y puso al descubierto la perversidad del capitalismo, fracasó en el reto de “inventarnos otro futuro”.

    Lo interesante es que la escritora, al evocar la lucha de 1995 superaba el límite de los simples recuerdos para proyectarse en memoria colectiva más allá del tiempo y las vivencias personales. Así, cuando habla de las dificultades en el día a día generadas por los paros y protestas, esas ‘molestias’ a los ciudadanos que políticos, empresarios y medios de comunicación amplifican siempre que se produce un conflicto social, la premio Nobel las revivía con orgullo: “Durante las trabajosas caminatas por ciudades sin metro ni autobús anidaba en los cuerpos una secreta mitología, la de las grandes huelgas que uno no necesariamente ha conocido”.

    Esta “secreta mitologia” de la memoria, como un hilo que zurce los jirones del ayer, del hoy y del mañana compartido, tuvo tal vez su plasmación más hermosa en el Memorial de la Revolución, erigido en 1926 en el cementerio berlinés donde reposan los restos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, líderes de la insurrección obrera espartaquista. Aquel sobrio monumento incluía el símbolo de la hoz y el martillo dentro de una estrella roja, y unos breves versos del poeta Ferdinand Freiligrath que había popularizado Rosa Luxemburgo: “Fui, soy, seré”. No es extraño que el nazismo se afanara en hacer desaparecer ese hilo simbólico decidido a coser el ayer y el mañana y derribara aquel memorial nada más llegar al poder. Sin embargo, no evitó que hoy sigamos recordándolo.

    Annie Ernaux cerraba sus reflexiones sobre la lucha de 1995 y las actuales huelgas de los trabajadores franceses, reivindicando la necesidad de levantar la cabeza. Y evocando otros versos, los del poeta Paul Eluard: “No eran más que unos pocos / en toda la tierra / cada uno se creía solo / de pronto fueron multitud”.

    Hoy queremos reconocer aquí el trabajo y la entrega de uno de esos “pocos” que, en la soledad de los tiempos más oscuros, nos desbrozaron nuevos caminos para transitar al futuro: Julián López. En realidad, su vida estuvo marcada desde el principio por esa determinación por recorrerlos, a cualquier precio. Y el precio pagado sería muy alto. Nació en Francia, pero siendo un niño regresó con su familia tras el triunfo del Frente Popular para participar en la construcción del nuevo país que se soñaba; aquella España que el fascismo truncaría: su padre sería un “desaparecido” al acabar la guerra, su madre iría a la cárcel por intentar sacar adelante a sus hijos. Pronto, junto a la miseria de la posguerra, Julián conocería la dureza del trabajo. También la discriminación: su condición de hijo de “desaparecido” le impidió hacer las pruebas de acceso a la Escuela de Aprendices, una de las pocas puertas que había en aquellos años para superar, con el futuro ingreso en Altos Hornos, la miseria más dura. 

    Hay personas a las que los infortunios les sume en la desesperación. Otras, sin embargo, intuyen que detrás de ellos no está el destino, sino la injusticia. De esa intuición, en vez de la resignación, surge la rebeldía. Esa rebeldía ha sido compañera fiel de Julián durante toda su vida. Con ella, tras entrar finalmente en la fábrica, ayudó a recuperar la dignidad obrera pisoteada por la represión dentro de la empresa; junto a otros “pocos”, como decía Paul Eluard, que, como Miguel Lluch, también se creían solos, pero que juntos, poco a poco, crearon con su sacrificio una multitud organizada en el sindicato: las Comisiones Obreras. Y con esa rebeldía Julián también forjó los primeros pasos de la oposición antifranquista en Puerto de Sagunto. En 1959 participó en la primera acción organizada difundiendo el llamamiento a la reconciliación nacional lanzado por el PCE. Aquella osadía, le llevaría, junto a otros compañeros, por primera vez a la cárcel. De ella no saldría derrotado, sino convertido en comunista. 

    Volvería a prisión en 1968 y sufriría en sus carnes la inhumana experiencia de las torturas. Todas estas duras pruebas, lejos de doblegarle, cimentaron una entereza que le ha acompañado a lo largo de su trayectoria sindical y política. Y que le siguen acompañando cada día: “La lucha continúa”, suele ser su frase recurrente. Y él lo demuestra con el ejemplo: actualmente ha conseguido llevar hasta Estrasburgo su afán político por sentar en el banquillo a los policías franquistas que le torturaron.

    Julián suele recordar a menudo que la segunda vez que ingresó en la cárcel se encontró con un compañero moralmente hundido que salió a recibirlo. Estaba avergonzado, había dado su nombre durante un interrogatorio y le suplicaba perdón por no haber podido resistir las torturas. Con el eterno optimismo que le caracteriza, Julián recuerda que le tocó meterle una “inyección de moral” a su compañero, darle un abrazo y decirle: “venga, tío, no pasa nada, hay que seguir adelante”. 

    Este premio que quiere ser un reconocimiento a toda una vida entregada a la lucha por una sociedad más justa, libre e igualitaria. Pero no solo. También quiere ser un acto de agradecimiento. Gracias, camarada Julián, gracias por continuar dándonos con tu ejemplo una “inyección de moral” para seguir adelante en el complicado camino de, como defendía Annie Arneux, mantener alta la cabeza de la clase trabajadora y afrontar ese necesario reto colectivo de “inventarnos otro futuro”.